Predicar y dar trigo
Los problemas, sean nacionales o internacionales, están perfectamente enunciados y son de todos conocidos dentro y fuera del país. Sólo falta que las partes se pongan de acuerdo en su enfoque y posterior solución. Pero, como está comprobando el presidente Barack Obama cada vez que intenta abordar alguna de sus promesas electorales para intentar resolver un problema específico, una cosa es predicar y otra, dar trigo. El cierre de Guantánamo, la supresión de las comisiones o tribunales militares, la publicación de fotos sobre la intensidad de los interrogatorios de la CIA son sólo las primeras muestras de que la cruel realidad política siempre acaba imponiéndose a los mejores deseos, sobre todo en un país, como Estados Unidos, donde los controles y equilibrios entre los tres poderes del Estado permiten poco margen de maniobra para adoptar decisiones que no hayan sido previamente consensuadas entre el Ejecutivo y el Legislativo. El escándalo montado en torno a la polémica entre la speaker (presidenta) de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, y el director de la CIA, Leon Panetta, designado por Obama, sobre si Pelosi conocía el famoso ahogamiento simulado (waterboarding) de los prisioneros, que ella niega, es de los que hacen historia en Washington. Podría seguir con los próximos disgustos cantados que los demócratas del Congreso van a proporcionar a su presidente en los temas de energía limpia y similares. Lo dejaremos para cuando se produzcan.
La actualidad demanda que ahora tratemos de analizar la esperada entrevista del pasado lunes entre Obama y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que, aunque ya se conocían como ciudadanos privados, se veían por primera vez en sus capacidades de presidente y jefe del Gobierno de Israel. Pude ver en directo, a través de CNN, el breve turno de preguntas y respuestas que los dos mandatarios permitieron a los medios después de la photo-op (sesión fotográfica) reglamentaria. El método Ollendorf presidió la minirueda de prensa. Ya saben, "¿Qué tal van las cosas?", "Pues Chicago opta a capital olímpica". En términos futbolísticos podríamos decir que el partido terminó con un claro 1-0 a favor de Netanyahu, sin perjuicio del resultado que arrojen los próximos playoffs. El israelí venía dispuesto a no hacer la más mínima concesión en los dos temas capitales para Obama, el establecimiento de un Estado palestino y la congelación de los asentamientos en Cisjordania. Su línea argumental fue simple y directa: para Israel las ambiciones nucleares iraníes significan un peligro inmediato para Oriente Próximo mayor que el conflicto palestino-israelí. Sí, está dispuesto a reanudar inmediatamente las conversaciones con los palestinos sobre temas económicos y de seguridad. Pero silencio sepulcral en torno a un Estado. En cuanto a la congelación de los asentamientos, ese mismo día se daban los primeros pasos para la construcción de uno nuevo, Maskiot, a orillas del Jordán, el primero en casi 30 años. En cuanto al tema de Irán, he leído que Obama se negó a poner plazo para las negociaciones con Irán. Dijo eso, es verdad, para añadir a continuación que antes de final de año se vería si Teherán respondía favorablemente a las iniciativas diplomáticas patrocinadas por EE UU y el resto de la comunidad internacional. ¿No es eso poner un plazo? Es evidente que la confianza de Israel en una solución diplomática al problema iraní es nula. Tres resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU han sido incapaces de conseguir que Teherán detenga su programa de enriquecimiento de uranio y de desarrollo de proyectiles balísticos. Por eso, la diplomacia israelí se esfuerza en convencer a los llamados Estados árabes moderados -Egipto, Jordania, Arabia Saudí- de la amenaza que supondría para toda la zona un Irán con capacidad militar nuclear. Los árabes están de acuerdo. Pero, como Obama, reclaman antes el cumplimiento de la hoja de ruta fijada en Annapolis.
El conflicto palestino-israelí y la situación en todo Oriente Próximo van a poner a prueba más que ningún otro problema internacional la capacidad de liderazgo de Barack. A su favor cuenta, por primera vez, con la buena voluntad de la opinión pública árabe que, según una reciente encuesta, tiene más confianza en él que en EE UU. Y su disposición a recuperar desde los primeros meses de su Administración los ocho años perdidos durante la presidencia de Bush, que curiosamente fue el primer presidente que habló de la solución de los dos Estados en 2001. En cuanto a Israel habrá desacuerdos. De hecho, ya los ha habido en la primera reunión. Pero que nadie sueñe con un enfrentamiento y, mucho menos, con una ruptura entre Washington y Jerusalén. Como el propio Obama, entonces aspirante a la nominación demócrata, declaró en junio del año pasado ante el AIPAC, el más influyente lobby judío-americano, "la seguridad de Israel es sacrosanta y no negociable".
La actualidad demanda que ahora tratemos de analizar la esperada entrevista del pasado lunes entre Obama y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que, aunque ya se conocían como ciudadanos privados, se veían por primera vez en sus capacidades de presidente y jefe del Gobierno de Israel. Pude ver en directo, a través de CNN, el breve turno de preguntas y respuestas que los dos mandatarios permitieron a los medios después de la photo-op (sesión fotográfica) reglamentaria. El método Ollendorf presidió la minirueda de prensa. Ya saben, "¿Qué tal van las cosas?", "Pues Chicago opta a capital olímpica". En términos futbolísticos podríamos decir que el partido terminó con un claro 1-0 a favor de Netanyahu, sin perjuicio del resultado que arrojen los próximos playoffs. El israelí venía dispuesto a no hacer la más mínima concesión en los dos temas capitales para Obama, el establecimiento de un Estado palestino y la congelación de los asentamientos en Cisjordania. Su línea argumental fue simple y directa: para Israel las ambiciones nucleares iraníes significan un peligro inmediato para Oriente Próximo mayor que el conflicto palestino-israelí. Sí, está dispuesto a reanudar inmediatamente las conversaciones con los palestinos sobre temas económicos y de seguridad. Pero silencio sepulcral en torno a un Estado. En cuanto a la congelación de los asentamientos, ese mismo día se daban los primeros pasos para la construcción de uno nuevo, Maskiot, a orillas del Jordán, el primero en casi 30 años. En cuanto al tema de Irán, he leído que Obama se negó a poner plazo para las negociaciones con Irán. Dijo eso, es verdad, para añadir a continuación que antes de final de año se vería si Teherán respondía favorablemente a las iniciativas diplomáticas patrocinadas por EE UU y el resto de la comunidad internacional. ¿No es eso poner un plazo? Es evidente que la confianza de Israel en una solución diplomática al problema iraní es nula. Tres resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU han sido incapaces de conseguir que Teherán detenga su programa de enriquecimiento de uranio y de desarrollo de proyectiles balísticos. Por eso, la diplomacia israelí se esfuerza en convencer a los llamados Estados árabes moderados -Egipto, Jordania, Arabia Saudí- de la amenaza que supondría para toda la zona un Irán con capacidad militar nuclear. Los árabes están de acuerdo. Pero, como Obama, reclaman antes el cumplimiento de la hoja de ruta fijada en Annapolis.
El conflicto palestino-israelí y la situación en todo Oriente Próximo van a poner a prueba más que ningún otro problema internacional la capacidad de liderazgo de Barack. A su favor cuenta, por primera vez, con la buena voluntad de la opinión pública árabe que, según una reciente encuesta, tiene más confianza en él que en EE UU. Y su disposición a recuperar desde los primeros meses de su Administración los ocho años perdidos durante la presidencia de Bush, que curiosamente fue el primer presidente que habló de la solución de los dos Estados en 2001. En cuanto a Israel habrá desacuerdos. De hecho, ya los ha habido en la primera reunión. Pero que nadie sueñe con un enfrentamiento y, mucho menos, con una ruptura entre Washington y Jerusalén. Como el propio Obama, entonces aspirante a la nominación demócrata, declaró en junio del año pasado ante el AIPAC, el más influyente lobby judío-americano, "la seguridad de Israel es sacrosanta y no negociable".
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