La elección de Barack Obama, resultado de una campaña electoral centrada enteramente en una fuerte e inesperada movilización ciudadana al margen del Partido Demócrata, levantó grandes esperanzas tanto en Estados Unidos como en el mundo entero. Un año después de la entrada en funciones del nuevo presidente, no podemos sino constatar que el balance general es más bien amargo. Se han producido evidentemente avances significativos, como el retorno a una concepción multilateral de las relaciones internacionales (¿pero acaso podía ser de otro modo?), el restablecimiento de un diálogo cultural con el mundo árabe-musulmán, la asunción del liderazgo durante las reuniones del G-20, la normalización de las relaciones con Rusia mediante el nuevo despliegue no ofensivo del programa antimisiles en Europa, el aligeramiento del embargo a Cuba y la propuesta de diálogo con este país, la proyección inteligente de la imagen de Estados Unidos en el mundo, el mestizaje más pronunciado de la estructura de poder político-institucional en el país y, por último, la adopción de un plan de seguridad muy edulcorado, aunque importante para los 45 millones de ciudadanos estadounidenses desprovistos de cobertura social. Todos estos elementos hacen, sin duda alguna, aún más legítima la concesión del premio Nobel al primer presidente negro de Estados Unidos. Pero el mundo es un campo de fuerzas, y las buenas intenciones no se traducen necesariamente en acciones concretas. En realidad, Obama está fracasando en la mayoría de las grandes cuestiones.
En la cuestión china, los dirigentes de Pekín han impuesto de facto la paridad dólar-yuan al presidente norteamericano, puesto que es lo único que les importa en el contexto del libre intercambio mundializado. Por eso entraron en la Organización Mundial del Comercio. Hoy en día se permiten incluso denunciar el proteccionismo norteamericano impuesto a sus mercancías. No cabe duda de que su posición es muy fuerte: tienen en sus manos más del 80% de los bonos del Tesoro estadounidense, y pueden en todo momento pedir la creación de una nueva moneda internacional en lugar del dólar en caso de que EE UU quisiera imponerles una devaluación del yuan. En cuanto a los derechos humanos, ya no es asunto para tratar con EE UU, si no es de cara a la galería.
Afganistán está metido en un lodazal. No hay perspectivas de que se produzca ninguna victoria militar significativa sobre los talibanes, y se ha prorrogado el régimen corrompido de Karzai (aliado de facto de los integristas), a pesar de la reprobación internacional y de la oposición interna; los aliados occidentales, enrolados en una OTAN convertida en ejército norteamericano de sustitución, están consternados por la falta de estrategia clara de los estadounidenses; Obama quiere contentar a la vez a sus palomas y a sus halcones; vacila, y acaba aumentando el contingente sin fijar objetivos claros para la retirada.
En Pakistán, país contaminado inevitablemente por Afganistán, se instala el caos progresivamente. Si el régimen actual no logra restablecer la seguridad, al menos en las grandes ciudades, todo hace pensar que acabará hundiéndose en provecho de una nueva dictadura militar, solución que es un mal menor a ojos tanto de los norteamericanos como de la comunidad internacional, ya que nadie quiere de ninguna manera ver cómo el arma nuclear paquistaní acaba en manos de los islamistas locales. Frente a Irán, se alza una debilidad estructural: aunque divididos, los dirigentes iraníes saben que, al menos de forma coyuntural, el gigante norteamericano no es más que un "tigre de papel" (como decía Mao Zedong) enredado en Irak, en Afganistán, y en Oriente Próximo. Tienen, por tanto, margen en la negociación, que dirigen además con maestría...
Pero el fracaso más rotundo se ha producido en Oriente Próximo. Allí, estamos simplemente ante una capitulación en toda regla frente al lobby proisraelí de Washington, cuya cabeza de fila es, sin lugar a dudas, Hillary Clinton. Nadie imaginaba, sobre todo después del discurso de El Cairo, que Obama sería humillado hasta tal punto por su propia secretaria de Estado, quien dio su aprobación, durante su viaje a Israel en noviembre de 2009, a la construcción de nuevas colonias. Dejemos de lado la cuestión coreana, que atañe en realidad al paquete de negociaciones con China. ¿Por qué Obama ha llegado hasta aquí? Las respuestas son múltiples, pero podemos señalar al menos dos: jamás ha recibido realmente el apoyo del aparato del Partido Demócrata, y la retórica con la que ganó la presidencia, esencialmente identitaria y civilizadora, carecía de un análisis lúcido sobre las causas y efectos de la decadencia de EE UU. ¿Podrá enderezar el timón? Lo deseamos por él y el mundo.