Los izquierdistas-progresistas-revolucionarios latinoamericanos hemos recitado durante unas tres décadas epítetos contra el neoliberalismo, en general cayendo en la trampa de asumir que sólo se trata de políticas económicas. Pero, realmente es una ideología aún imperante como forma de estructuración del pensamiento, como cultura y como forma de vida, que se ha hecho demasiado peligrosa por su imposición como si fuera objetiva, seudo neutral, una no-ideología.
Y, lamentablemente, seguimos repitiendo que la que se nos impone desde el Norte es la única forma civilizada de convivencia para hombre y mujeres modernos en un mundo globalizado. Sigue siendo la ideología hegemónica, con la que nos bombardean diariamente a través de los medios masivos (y comerciales) de comunicación social, los documentos de centros académicos de las metrópolis, la publicidad y la cultura de masas o entretenimiento.
Porque vivíamos ¿felices? sabiendo que nuestra meta era consumir, que había llegado el fin de la historia y de las ideologías y de las metrópolis pensaban por nosotros, que el 12 de octubre había que celebrar el descubrimiento de América. Por eso no debiera llamar la atención que las soluciones que se buscan –por ejemplo para enfrentar la crisis financiera- vengan del propio neoliberalismo, obviando el hecho real de que la crisis es del capitalismo, es de la ideología neoliberal.
Y es cuando ese aparataje de propaganda califica, precisamente, de “ideología” a toda propuesta diferente, alternativa, al modelo capitalista, a su forma de estructuración del pensamiento único, a su cultura, a su modus vivendi, a su sistema de dominación.
Hay que tener en cuenta que la batalla de las ideas la vamos perdiendo por goleada: como 40 a 0. La hegemonía ideológica sigue siendo total. Está en manos del enemigo, que nos ha impuesto (no a nosotros, a casi todo el mundo) su estilo de vida. El capitalismo y el neoliberalismo no se terminan con esta crisis y mucho menos si no trabajamos en ideas, en proyectos alternativos.
En Venezuela, los partidos políticos fueron suplantados por los medios privados, que hoy quisieron –y quieren- también sustituir a los poderes públicos con un golpe mediático.
En el golpe de abril de 2002 primero, y en la impunidad en la que navegaron después, fueron cómplices los dueños de los monopolios de la comunicación - propietarios de los medios de producción material, también son dueños de los de producción intelectual- pero también los funcionarios que debían controlar el cumplimiento de las leyes.
Manipulación de paradigmas
Hay que terminar con los viejos paradigmas impuestos por las elites intelectuales y económicas y comenzar a comprender que todo hecho periodístico pertenece al escenario del debate y de la puja en torno al poder, porque lo defiende, lo avala, lo sustenta o lo justifica, o porque lo cuestiona y hasta trabaja para su destrucción, para su reemplazo o para su modificación sustancial.
La práctica periodística pertenece al terreno de la disputa por el poder y del poder, y eso ya lo decía Lenin, al referirse a la naturaleza, el rol y la organización de la prensa y la propaganda revolucionarias. El discurso académico y periodístico del bloque de poder es expresado por los grandes medios corporativos y los grandes centros de
estudios, en especial estadounidenses, con sus think tanks y sus usinas de papers– y sus repetidoras locales. Seguramente ellos lo negarán y se horrorizarán, pero el periodismo forma parte del concepto genérico de propaganda, y se define por una metodología y un conjunto de técnicas propias.
Es propaganda objetiva, basada en hechos susceptibles de ser constatados y confirmados en su objetualidad y veracidad por las llamadas fuentes, sean éstas directas,
indirectas, testimoniales o documentales. La dicotomía objetividad-subjetividad, no solo es insuficiente sino errónea.
El periodismo no tiene otra alternativa que ser objetivo, en el sentido de referencia; es decir, basado en hechos susceptibles de ser confirmados y constatados a través de fuentes directas o indirectas, testimoniales o documentales. El periodismo subjetivo simplemente no es periodismo, sino que pertenece a la propaganda en sentido amplio.
Así como la objetividad es un componente del hecho periodístico, éste será necesariamente parcial, como lo es toda actividad humana desde el punto de vista cultural antropológico, y entendida esa parcialidad como asunción de una posición propia del periodista y/o del medio, ante el complejo y multifacético entramado de hechos sobre los que trabaja la práctica periodística.
El hecho periodístico debe ser necesariamente objetivo y es necesariamente parcial, y sostiene que el periodismo y la práctica periodística forman parte de la puja por el poder, ya sea para construirlo o defenderlo, ya sea para modificarlo en su tipo o naturaleza. En esa dialéctica se apoya el discurso periodístico del bloque de poder neoliberal para incurrir entonces en un “error” deliberado –en un alejamiento del concepto de objetividad respecto de su necesaria referencia a hechos comprobables–, al convertir su parcialidad en objetividad, al convertir su propia parcialidad (discurso de clase o de grupo) en objetividad (en discurso universal).
Si no entendemos esto, seguiremos trabajando junto al enemigo, con el enemigo. Y así el imaginario colectivo seguirá siendo alimentando por las usinas de la desinformación del enemigo. Comunicacionalmente, este proceso ha sido permanentemente reactivo, adaptativo a la agenda del enemigo. Incluso ha visibilizado hechos –como la asamblea de la SIP, la visita de la recalcitrante ultraderecha vargallosista- que hubieran pasado inadvertidos si no fuera por la beligerancia dada por funcionarios del gobierno, creyendo, además, que una reunión de periodistas y/o intelectuales de izquierda,
acarreados, emparejaba el partido...
Los imperios insistieron en dividirnos para dominarnos y hoy agitan e inventan secesionismos para terminar de subordinarnos. No hay Revolución que no haya sido impugnada por el bloqueo, la intervención externa y la contrarrevolución interna. Pero se confunden los escenarios donde trabaja el enemigo, que van desde el magnicidio hasta la implosión del bolivarianismo, de la cooptación de cuadros intermedios a la resistencia social y estudiantil.
Además, en el proceso venezolano se suma la invasión del paramilitarismo. Es necesario crear sentido de Nación, lo que se hace difícil sin interrelación, concertación, negociación, no con la oposición (que representa a buena parte del país) sino con el gobernador, alcalde, ministro del mismo partido.
El debate ideológico
Miguel Pérez Pirela señala que “lo grave no está, como suelen decir nuestros intelectuales de izquierda, en que se están invirtiendo sumas astronómicas para salvar a los culpables de la crisis neoliberal. Lo grave está en que el mundo se cae financieramente y, al mismo tiempo, sigue fuerte la ideología que, en forma de cultura, educación, arte, política, deporte, belleza, y pare usted de contar, nos trajo hasta este despeñadero. Por ello es urgente preguntarse: ¿qué se está haciendo en la Venezuela de hoy día para cambiar dicha ideología dominante?”
No es de extrañar que la ideología neoliberal siga trabajando, siga alienando a través no solo de los medios de comunicación comerciales, sino también a veces de los medios públicos que no entendieron que se trata, ante todo, de una guerra ideológica, y siguen copiando los modelos y formatos, del enemigo. O sea que mientras la ideología neoliberal sigue trabajando en todos los terrenos y con todos los medios, las formas alternativas de pensamientos, los que profesan (no los que declaman) otras ideologías no hacen su labor.
La derecha ha creado el mito, un verso por demás falso, de que la Revolución no tiene intelectuales. Y lo peor de ésto, es que este mito ha sido creído, asumido por algunos dirigentes del proceso, que piensan que –cuando les son funcionales-es más fácil importar intelectuales del extranjero-.... El principal problema que tenemos los latinoamericanos es que hemos estado ciegos de nosotros mismos: siempre nos hemos visto con ojos extranjeros. Y lo seguimos haciendo: copiando formas y contenidos.
Seguimos colonizados.
La verdadera intelectualidad siempre ha estado con la Revolución; es hora de que la Revolución verdaderamente esté con su intelectualidad. Sin ideología, la Revolución es pasto de oportunistas y mercaderes. En una comunidad me plantearon una preocupación: la cuestión no es sólo la eventualidad de un chavismo sin Chávez, sino también la de un Chávez sin chavismo. Desde 2006, se percibe una relación apenas mediática del líder con la masa y la intermediación cae en manos de quien no está capacitado ni elegido –muchas veces- para ello.
Toda revolución es preparada por vanguardias ilustradas. La guerrilla cultural, la resistencia cultural, que acompañó la lucha armada persistió durante la larga represión y mantuvo focos de contacto con los movimientos sociales. Por eso, el ataque más artero de la IV República fue para con los intelectuales, a los cuales se los intentó coptar (y en muchos casos se logró a través del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes), a algunos con bozales de arepa, a otros con bozales de caviar y whisky.
Difícil eso de dar la batalla cultural, sin ideas. Quizá más importante que la intelectualidad sean las ideas: producir sentido y no status. Las ideas no se producen, se debaten. Una pregunta me quedó en el tintero: ¿las ideas van delante o detrás del proceso?, ¿van delante o detrás del Partido? Lo más importante y hasta lógico es construir un proceso revolucionario a partir de las ideas.
Hablamos de coherencia: Dice Luis Britto que no hay revolución con bingo, ni socialismo con casino, ni comunismo con garito, ni liberación con ruleta, ni emancipación con traganíqueles, ni igualdad con corrupción, ni solidaridad con acumulación privada, ni ideología con tahures, ni Hombre Nuevo con nepotismo, ni antiimperialismo con narcotráfico, ni Utopía con crimen organizado.
Da lástima ver cómo se anuncia, hasta con orgullo, que la crisis no nos ha tocado, pues seguimos consumiendo. No, lamentablemente el neoliberalismo, como forma de pensamiento, como cultura, como modus viviendi, como ideología, sigue incólume en Venezuela.
De nada sirve tener medios nuevos, televisoras nuevas, si no tenemos nuevos contenidos, si seguimos copiando las formas y contenidos hegemónicos. De nada sirven si no creemos en la necesidad de vernos con nuestros propios ojos. Porque lanzar medios nuevos medios para repetir el mensaje del enemigo, para seguir siendo reactivos a las agendas informativa y política del enemigo, es ser cómplice del enemigo. Seis canales de televisión del Estado alcanzan un paupérrimo porcentaje de la audiencia, a diez años vista. Hay algo que estamos haciendo mal. Da para pensar.
Eleazar Díaz Rangel, director de Últimas Noticias, señalaba que no era nada bueno que la discusión previa al congreso ideológico del Psuv –pautado para agosto- se desarrollara en silencio, que sus documentos y propuestas no fueran divulgados. ¿Por qué tanto silencio si son cuestiones de interés que trascienden las filas organizativas de ese partido? Importa demasiado conocer cuál será la ideología del instrumento político fundamental de este proceso, indicaba el veterano periodista y docente.
Debiéramos estar transitando en una batalla de ideas, en una guerra cultural. La declamamos, pero no la transitamos. Ni se discutía sobre ideología entre las tantas corrientes de pensamiento de izquierda y/o progresistas -y el pueblo que milita en los batallones, en las bases- que hay en el país y que reclaman a voz en cuello ser partícipes de la discusión. Hasta que el Centro Internacional Miranda llamó a un encuentro de intelectuales comprometidos con la Revolución, para hablar de sus luces y sombras, de los caminos a recorrer. Para plantear la problemática, para buscar respuestas, edificar programas.
Y como siempre, hay quienes que creen que quien piense diferente o disienta, es un agente de la CIA o un contrarrevolucionario. Son quienes quieren sustituir el pensamiento único imperial por otro pensamiento único, los que le temen al debate, los que hablan en plural pero están más solos y desorientados que Adán en el Día de la M adre. Son aquellos que se apresuraron a calificar a quienes mostraron tener ideas de “chavistas sin Chávez”, “saltadores de talanquera”, “tapujos de socialistas pero antichavistas”, “aficionados de la política”, “irresponsables”, “infiltrados por los servicios oligarcas”, “de ideología pequeño burguesa”, “diletantes al servicio de los oligarcas”, entre otras cosas. ¡Qué buena oportunidad de, al menos, callarse la boca!
Decía el Che que lo único que se necesitaba para ser revolucionario era haber hecho la revolución...
Debemos desalambrar los latifundios mediáticos, dijimos cuando creamos Telesur. Pero debemos tener en cuenta, primero, que nos han convencido de que alternativo es sinónimo de marginal. Siempre nos han enseñado que podemos tener medios alternativos en nuestros pequeños nichos, pero si más del 93% de la audiencia está en manos de los medios de comunicación comerciales, difícilmente podamos siquiera combatir en esta batalla cultural.
Debemos comprender que la única forma de ser alternativos al pensamiento neoliberal, al mensaje y a la imagen únicos es creando medios masivos, que puedan dar voz e imagen a todos aquellos que durante más de cinco siglos no la tuvieron. Tenemos otras confusiones: qué es un medio del Estado, qué es un medio del gobierno, qué es un medio del partido. ¡Qué buenos sería que el Psuv tuviera si no un canal, horas de programación de información y formación de ciudadanía!
Dijimos que el satélite Simón Bolívar era la garantía de independencia comunicacional no sólo de Venezuela sino de América Latina. Hoy pareciera el secreto mejor guardado del Caribe.
Si seguimos creyendo que cultura es la mera expectación de los actos creativos de otro, seguiremos confundidos. Cultura es todo lo que lleve adelante los cambios estructurales de nuestras sociedades, en la construcción del hombre nuevo. Dentro de este cambio cultural, es imprescindible redundar el lenguaje, inventar nombres para lo nuevo en lugar de renombrar, repensar lo conocido.
Hace ya casi siete años, Question comenzó a ser plataforma del debate político e ideológico de una fuerza, de un proceso que se iba alimentando en la marcha. Hoy son varios los medios gráficos, cibernéticos, radiales (Temas, El Militante, Debate Socialista, radio Arsenal FM, Topo Obrero, el Grupo Patriótico Cagigal, Marea Socialista, Aporrea, entre tantos), hay diversas líneas dentro del sindicalismo y existen diversas tendencias con divergencias ideológicas, que no encuentran foros de debate de las ideas.
Obviamente, se debieran encauzar las discusiones hasta el congreso ideológico, sobre todo cuando los diversos sondeos realizados muestran divergencias grandes entre gente que se define o partidaria del Psuv o del chavismo. Más que divergencias, quizá, haya falta de coherencia, al decir de Díaz Rangel.
Uno de los temas de mayor divergencia es el de la propiedad privada de los medios de producción. Quienes se definen como marxistas consideran que en el socialismo sólo puede existir propiedad social, mientras otros hablan de la coexistencia de diversas formas (el proyecto frustrado de reforma constitucional garantizaba cinco formas de propiedad, incluida la privada), que no existían en los países socialistas del siglo pasado, pero que coexisten hoy en las “comunistas” China y Vietnam.
Para crear una nueva sociedad, la Revolución debe asumir todos los poderes y, sobre todo tocar, cambiar las relaciones sociales de producción, enfrentar a los grupos económicos hegemónicos y no apenas suplantarlos por nuevos grupos. Y, lamentablemente, se han desmantelado o cooptado –por el gobierno, por las instancias partidistas- los movimientos sociales, esos que en América latina representan hoy los propulsores del cambio, quizá, la única izquierda.
Hablamos de democracia participativa, que no es lo mismo que decir le participo que esto es una democracia. Es necesario colectivizar la decisión sobre cuál será la ideología del instrumento fundamental de la Revolución Bolivariana, abrirse al debate de las ideas para poder participar en la guerra cultural contra el bloque hegemónico, contra el pensamiento único, contra el capitalismo.